La armonía es una propiedad intrínseca de cada sustancia y ser, le es propia a cada cual y en gran parte determina su existencia y manifestaciones.
Es posible que el ejemplo más claro de cuan determinante puede resultar esté dado por el carbono. Cuando sus átomos se disponen en estructuras desordenadas se manifiesta como grafito blando y oscuro, mientras que si asumen una estructura armónica se convierte en un diamante cristalino, la sustancia natural más dura conocida. No hay ninguna diferencia esencial entre ambos, más allá de la disposición armónica de sus átomos.
¿Y qué es lo que hizo que el diamante adquiriera esa armonía interior?. El buen aprovechamiento de su historia. Así es... parte del abundante carbono de nuestro planeta, viajó al interior de la Tierra, donde fue sometido a altísimas presiones y temperaturas, y lejos de verse amilanado por tan dura experiencia, supo aprovecharla para transformarse, hallar su armonía interior y emerger nuevamente a la superficie transformado en la joya que todos admiran.
Así es que lo que antes era débil, adquirió fortaleza. Lo que era opaco y oscuro, ahora nos permite apreciar los colores que se esconden en la luz blanca del sol solamente con observarla a su través.
Mucho del carbono que vivió ese proceso simplemente terminó destruido o disgregado, sólo aquel que supo aprovechar las fuerzas externas que lo desafiaban para acomodar su estructura interna, se convirtió en piedra preciosa. Sólo el que descubrió su latente armonía interior y logró manifestarla evolucionó.
Construir nuestra armonía está a nuestro alcance. Libertad, voluntad y buena intención son los únicos requisitos necesarios para edificarla y a no ser que reconozcamos carecer de alguno de ellos, no nos quedan excusas para no dedicarnos a esta obra.
Con armonía en nuestro corazón y mente superamos las presiones y temperaturas que nos llegan de afuera, las que lejos de debilitarnos sólo ayudan a incrementar nuestra solidez. Pero no con la dureza propia del hierro, que todo lo resiste y nada da, sino con la firmeza del diamante, a quien su propia fortaleza le permite ser generoso, dando más de lo que recibe cada vez que un rayo de luz lo atraviesa.
Vivamos como esta piedra preciosa, que en su existencia de joya no nos recuerda nada del calor y la presión que soportó para llegar a ser lo que es, y que vive enfocado en el "de ahora en más", ocupado en brillar tanto como pueda durante todo lo que pueda.
Todos estamos sujetos a las leyes naturales, y es natural que la fuerza y el brillo nazcan de la armonía. Apliquémonos con dedicación en alcanzarla, sabiendo que renunciar a ella, es prácticamente renunciar a todo.
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